Bicampeón de la NCAA, siete veces All Star, Rookie del Año al alimón con Jason Kidd (1995), cinco presencias en los quintetos ideales de temporada, oro olímpico en Atlanta 96 y una elegancia y calidad que trasciende los números. Sin duda, con el adiós de Grant Hill se retira uno de los grandes de la historia del baloncesto, pero sobre todo, abandona las canchas un luchador. Un superviviente.
Elegido por Detroit en la tercera posición del Draft de 1994, este polivalente alero fue el primer estigmatizado con la etiqueta de ‘nuevo Michael Jordan’. Sin embargo, sus comienzos en el profesionalismo guardaron bastante similitud con los de ‘His Airness’, con excelentes registros a nivel individual -21.5 puntos, 7.7 rebotes y 6.2 asistencias de promedio en sus 6 primeras campañas- pero escaso recorrido a nivel colectivo, pues nunca llevó a los Pistons más allá de la primera ronda de playoffs. No obstante, si el ‘23’ de los Bulls no logró su ansiado anillo hasta su séptima temporada en la elite, tampoco había motivos para pensar que Hill no lo acabaría conquistando tarde o temprano. Pero el destino le tenía reservada otra ‘suerte’.
Tres días antes de que arrancaran las eliminatorias de 2000, el ex de Duke sufrió una lesión en su tobillo izquierdo durante un partido contra los 76ers, aunque la implacable presión del público le hizo forzar para jugar ante los Heat en primera ronda. Pero sus dolencias se agravaron, el alero se perdió el tercer encuentro de la serie y Miami barrió a Detroit por 3-0.
Traspasado ese verano a Orlando, donde debía conformar un temible perímetro junto a un joven Tracy McGrady, Hill apenas pudo disputar 47 choques en tres campañas con su nueva camiseta, siempre convaleciente de problemas en su ya citada articulación. Por ello, en marzo de 2003, los doctores decidieron fracturarle el tobillo y alineárselo con el talón, aunque lo que debía ser una luz al final del túnel se convirtió en su momento más crítico.
Aunque ya entonces meditó su retirada, Hill consiguió sobreponerse a la adversidad y regresó a las canchas en la 2004/2005, cosechando 19.7 tantos, 4.7 rechaces, 3.3 pases de canasta y 1.5 robos por noche en 67 partidos. Así, vía elección popular, consiguió el billete para su séptimo y último All Star Game, pero sin duda el más especial.
Recuperado para la causa y tras demostrar una ética profesional envidiable, los Suns vieron en él el perfecto complemento para el trío Nash-Stoudemire-Marion y en verano de 2007 apostaron por el fichaje de un Hill que comenzaba a apurar sus últimas opciones de anillo. Éste sin embargo nunca llegó pese al muy buen rendimiento del escolta, pues en 5 campañas promedió 14.3 puntos, 5.5 rebotes y 2.9 asistencias bien rebasada la treintena de años. Al menos, en la 2008/2009 jugó por única vez en su carrera los 82 encuentros de temporada regular y en 2010, rebasó esa maldita primera ronda de playoffs y alcanzó las finales del Oeste.
Siempre salpimentadas con diversas molestias físicas -menos graves que aquella lesión de tobillo-, las temporadas se sucedían y en la 2012/2013, Hill probó un último intento con los pujantes Clippers. Una formación con la que no debutó hasta el pasado mes de enero, debido a problemas en su rodilla derecha. Ello, unido a la falta de confianza del técnico Vinny Del Negro, hizo que se despidiera de la NBA con solo 30 partidos en la escuadra angelina y una prematura eliminación ante Memphis en primera ronda.
Con 40 años de edad y 19 campañas a sus espaldas, Grant Hill deja las canchas con la satisfacción del deber cumplido, sabedor de que ha disfrutado de su profesión mucho más de lo que la vida estaba dispuesta a permitirle. Ahora, nosotros quedamos huérfanos de su juego, pero seguro que más temprano que tarde le veremos enseñando su baloncesto de ‘vieja escuela’ a esas nuevas generaciones cada vez más carentes de referentes válidos.
Uno de los jugadores más técnicos y elegantes que recuerdo haber visto.
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